Sabemos muy poco de nuestra alimentación.
Compramos, preparamos e ingerimos los alimentos sin saber casi nada de su procedencia: ¿cómo se han cultivado?, ¿con qué agua se han regado?, ¿qué pesticidas se han utilizado?, ¿cuántos residuos han dejado?. La forma de cultivo condiciona la calidad de los alimentos, su contenido en nutrientes y la presencia de residuos peligrosos para nuestra salud y la de nuestra familia.
Para que los alimentos llegan a nuestra mesa, ¿cuándo se cosecharon?, ¿cuánto han viajado? ¿cuánta energía se ha utilizado al cultivarlos, elaborarlos y distribuirlos? ¿cómo se han conservado…? Quien consume desconoce que las distancias a que se distribuyen los alimentos obliga a cosecharlos antes de madurar, y después, madurarlos en cámaras o forzarlos el cambio de color.
En su preparación los alimentos pueden sufrir diferentes procesos: congelación, irradiación, deshidratación. Pueden ser atascados en plásticos y otros materiales de donde toman metales y/o barnices. Para mejorar su presencia reciben colorantes, antioxidantes, estabilizantes, etc… Todos estos son procesos normales de la industria alimentaria, son tan corrientes que parece imposible consumir alimentos sin pasar por ellos.
Podemos preguntarnos también qué han sido las condiciones de trabajo durante su producción… y cuánto recibe el agricultor por su trabajo… En muchas ocasiones la producción industrial de alimentos explota trabajadores temporales y/o inmigrantes, incluidos menores de edad. El agricultor recibe, en la mejor situación, un quinto del precio final de los alimentos, el resto se lo queda la distribución y la venta.
Vemos que la calidad de nuestra alimentación depende de estos largos y desconocidos procesos, que definen un modelo concreto de producción y consumo, es el modelo industrial. Pero no es el único modelo, hay otras opciones como la producción ecológica.
Cuando los consumidores y consumidoras, que lo somos todos/as, compramos, estamos contribuyendo al crecimiento de un modelo de consumo o de otro. Por eso es importante la información y participación del consumidor en los modelos de consumo. En anchos círculos de consumidores de varios países va en aumento la inquietud por la producción, transformación y almacenado de los alimentos. Según varias encuestas clásicas:
- En los EE.UU. el 61 % de los consumidores creen que los alimentos naturales son mejores que los otros.
- En Austria un 70 % de los encuestados pagarían más por productos de procedencia ecológica.
- En Suiza el 50 % de la población no cree que el elevado número de productos químicos utilizados en la producción agraria sea inocuo en la alimentación.
La alimentación es un pilar básico de la salud.
La diferencia fundamental entre la producción ecológica y la convencional es la calidad de los alimentos. Primero hay que definir el concepto de calidad, el mercado considera preferentemente caracteres visuales cómo: calibre, color, ausencia de defectos externas, etc. Como vemos son caracteres totalmente estéticos y no nos dicen nada de su valor nutricional o del modelo de obtención.
Es muy importante una dieta variada, rica en frutas y verduras frescas, cereales y legumbres. Además de proporcionar sus azúcares, proteínas, vitaminas, minerales y fibra vegetal, aportan los antioxidantes que neutralizan los radicales libres, causantes del envejecimiento de los tejidos. «Que tu alimento sea tu medicina, y tu medicina tu alimento» dicha griega que resume la importancia de los alimentos en la salud. Y es que la agricultura convencional invierte al producir plantas de grandes calibres, con elevado contenido de agua y escaso valor mineral, pero con color verde intenso. Este alto contenido en agua facilita la pudrición, especialmente en las hojas exteriores, donde más agua existe. Por eso cuando la fertilización tiene como finalidad el rendimiento más elevado se daña la calidad del alimento.
Este principio es aplicable, también, al modelo ganadero, no hay duda que los incrementos en producción de carne, en cerdo y aves sobre todo, han dado como resultado un descenso de la calidad.
La alternativa: el consumo ecológico
Las “ecoetiquetes” son un sello o aval de calidad ambiental de los productos que las traen. Son garantía de la ausencia, o mínimo impacto durante el ciclo de vida del producto: fabricación, consumo y reciclaje. El sistema de producción de la Agricultura Ecológica está regulado por normas de la Unión Europea (Reglamento CEE 2092/91). Otra buena garantía es conocer directamente al productor, saber donde y cómo cultiva.